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UN BUDA VIVIENTE
El peregrinaje de Hitomi San
© José Manuel Collado.
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Su primera imagen es un recuerdo en la zona de espera de la puerta de llegadas, en el Aeropuerto de Narita. Su aspecto delicado y de edad madura, respondía perfectamente a esa imagen tradicional, que todo occidental tiene siempre de un japonés. Su permanente sonrisa y las respetuosas e interminables inclinaciones de cabeza desde el primer momento en que me reconoció, me hacían parecer ciertamente ridículo al tratar de corresponder torpemente a su amabilidad. Hablaba suavemente. Pero siempre demasiado rápido para mi casi nulo conocimiento de su idioma, aunque sus educados gestos lograban transmitir en todo momento esa parte de la frase que escapaba de mi limitada comprensión.
Siempre me ha gustado descubrir el corazón de las personas, incluso antes de tener la oportunidad de disfrutar de su compañía. Es esa necesidad tan mía de tratar de percibir, mucho antes de intentar escuchar o comprender. Y para mi satisfacción, Hitomi san, desde el primer instante, me hacía llegar toda la grandeza de su corazón con cada gesto. No era difícil sentirse arropado con su necesidad continua de prestar ayuda. No quería comprender que yo conocía ya sin dificultad el camino hacia el tren que habitualmente me lleva hasta el apartamento del distrito de Ueno, en Tokyo. El necesitaba acompañarme. Sentirse seguro de que aquel occidental de ademanes torpes y nariz larga encontraba el andén correcto… que no se perdía en esa vorágine de gente siempre apresurada, tirando de maletas, con gesto de querer llegar siempre los primeros.
Hitomi san, en unos pocos minutos, trataba de corresponder con esa amistad que, desde hace muchos años, yo compartía con su hijo Yoshi y su nuera Norie. Su fiel sentido de la tradición no le permitía comprender, que ese sentimiento de agradecimiento era yo quien, en justicia, debía manifestarlo, porque realmente siempre me he sentido muy afortunado de tenerlos a ellos cerca. Yo era quien gozaba del privilegio de tener dos amigos así.
Y allí permaneció, al borde del andén. No dejó de inclinarse una y otra vez, como gesto de despedida, hasta que me vio desaparecer por una de las puertas del Sky Liner, arrastrado por una marea humana que no paraba nunca de agradecer cada empujón recibido, ese que les permitiera ocupar hasta último milímetro libre dentro del vagón. Yo entonces no conocía aún la faceta más asombrosa de ese hombre, que todavía me hacía señas con la mano, cuando ya el tren enfilaba el camino hacia una nueva experiencia en mi Japón siempre soñado… tan hermoso como desconcertante.
Fue algunos años después, en mi única visita a su casa, situada en el área de Tochigi, alejada unos cientos de Kilómetros de Tokyo, cuando tuve acceso a la verdadera realidad de la grandeza de Hitomi san.
Esta vez no perdió ni una sola ocasión para mostrarme cada uno de los rincones sagrados de su preciosa casa, construida en medio del campo, con toda la belleza del más puro estilo tradicional. Para entonces su hijo Yoshi, ya le había transmitido mi especial atracción por los temas filosóficos del Japón tradicional.
En aquella magnífica construcción, pude constatar la evidencia más cotidiana del Ryobu. Esa manera tan japonesa de entender la religión, gracias a la cual los templos budistas y los shintoístas comparten muy frecuentemente espacios próximos, y reciben la visita respetuosa de los mismos fieles sin ningún sentido de diferenciación.
De esta forma, en esa amplia vivienda de la familia Hitomi, podía observarse, dentro de la misma habitación, un enorme Butsudan con algunas figuras y elementos del culto budista, y a los pocos metros, en un lugar de similares características, un Kamidana de donde colgaban las ofrendas de papel, y donde se dedicaban plegarias a las divinidades Shintoístas. Pude asistir a ese sencillo gesto diario, de especial recogimiento, en el que las velas o las varillas de incienso de uno y otro se encendían con el mismo respeto, a la vez que se hacía sonar un precioso cuenco de bronce, cuya vibración se mezclaba con la breve oración que se dedicaba a la memoria de los familiares difuntos y también para la protección de los que aún compartían esta presente existencia.
Ambas construcciones, una en madera natural de ciprés (hinoki) y la otra realizada en preciosa madera de ébano color negro (kokutan), ocupaban una buena parte de la habitación principal de ese edificio de dos plantas. Llamaba la atención el tallado tan perfecto de sus relieves y la riqueza de detalles tan propia del Mikkyo.
Cada gesto mío de asombro, se correspondía con una amplia sonrisa de Hitomi san, mezcla de orgullo y respeto, pero también de extrañeza al ver a un gaijin identificando alguna de las divinidades representadas en esos lugares de culto. Cada acierto mío en ese proceso de identificación, se correspondía con una larga disertación suya, intentando explicarme, con todo lujo de detalles, los ocultos significados que encerraba cada pequeño espacio, de esos preciosos templos construidos a escala de su propio hogar. Su apasionamiento en la descripción chocaba frecuentemente con mi torpe comprensión del idioma. Era entonces su hijo Yoshi, el encargado de poner la luz necesaria en esas palabras, traduciéndolas al castellano.
Y con fuerza en su interior.Aquélla noche dormimos poco. El aún menos… quizás no durmió nada. Su carácter amable siempre estaba dispuesto para ayudar con su coche, con objeto de trasladar a algún familiar hasta el aeropuerto a primera hora de la madrugada.
Habíamos desayunado temprano y no resistíamos la tentación de volver a contemplar, una vez más, el precioso Tokonoma situado en un lugar de honor, dentro del amplio salón. Allí se mostraba toda la belleza del Shodo (caligrafía) y del Sumie (pintura a la aguada) muestras del delicado estilo artístico de la señora Shibata (madre de Norie) en las que quedaba patente su nivel de Shihan (experta).
Después, todavía en las horas siguientes al amanecer, disfrutamos de un paseo por el jardín tradicional, delicadamente tallado, que rodeaba a la casa. Todo era quietud y armonía. Cada piedra y cada arbusto estaban colocados de una manera específica, deliberada, teniendo en cuenta la visión del observador y el papel que jugaba dentro de la armonía del conjunto. Hasta la figura en piedra de una gran rana situada a la salida del jardín tenía su sentido particular. La rana, nos decía la señora Hitomi, es un símbolo muy frecuente en las casas de Japón. Su nombre (Kaeru) coincide con la misma fonética del verbo que significa: “volver”. Representa nuestro deseo de volver al hogar, cada vez que salimos de viaje. Es también la expresión sincera para que las personas que estimamos de verdad, como vosotros, regresen de nuevo algún día aquí… Siempre estará ahí, diciendo: “vuelve, por favor”…
La familia Hitomi es un ejemplo vivo del espíritu inquieto del pueblo japonés. Han viajado por los cinco continentes, visitando los lugares más emblemáticos de cada país: desde Sudáfrica, hasta las cataratas de Niágara; desde España hasta los lugares de Hispanoamérica más ligados con nuestra cultura. Algo que siempre nos llama la atención de los japoneses es su necesidad de estructurar y evidenciar cada actividad. De esta manera no resultaba sorprendente la cantidad de diplomas y certificados que, adecuadamente ordenados, los señores Hitomi conservaban de cada uno de sus numerosos viajes por todo el mundo.
Aquélla mañana Hitomi san nos acompañaría a la estación del Shinkansen para poder regresar a Tokyo. Habían sido 24 horas inolvidables las que habíamos compartido con ellos. Y un viaje a Matsushima que nunca se borrará de nuestra memoria.
Aún así, y camino ya de la estación, Hitomi san nos tenía preparada una sorpresa más. Se desvió de la carretera principal y antes de que nos diéramos cuenta, se había detenido en un pequeño templo a pocos kilómetros de su vivienda. Cuando bajé del coche, nada parecía diferenciar ese edificio, de los otros muchos templos que ya había visitado en distintos lugares de Japón. Pero después de subir una escalera de piedra, al girar la cabeza, me encontré con un espectáculo inigualable: una estatua de Fudo Myoo de veinte o treinta metros de altura, repleta de colorido, dominaba toda la vista por encima de los tejados del templo. No había conocido nada igual. Su ya impresionante pose, parecía ahora aún más terrible. Su sable destacaba sobre ninguna otra cosa apuntando directamente al cielo. La ferocidad de su cara era impresionante. Parecía dirigirse especialmente a cada uno de nosotros, preguntando: ¿cuáles son tus dudas? ¿aún no comprendes que cada ser humano debe atreverse a descubrir el verdadero interior que oculta? ¿asumir sus debilidades y luchar para vencerlas?…
Me sentía tan minúsculo delante de tanta grandeza, que era difícil no sucumbir a estas cuestiones. Era imposible no despertar allí a la evidencia de que cada ser humano es inigualable e infinito… tan sólo por esa chispa de luz que late en nuestro interior. Era impensable negarse al compromiso personal de seguir luchando en esa búsqueda, allí, bajo la fiera mirada de ese Buda… el mismo que nos observa cada día desde el Tokonoma del Dojo…
Esa mañana, durante el corto viaje hasta la estación del Shinkansen en Utsunomiya, ya nada fue lo mismo… La enorme imagen de Fudo Myoo parecía llenarlo todo, controlarlo todo. Estaba presente en cada pensamiento, como si estuviera dispuesta a cortar y destruir con su espada cada una de nuestras, aparentemente terribles preocupaciones, para mostrarnos nuestro error y despertar así la firmeza y la resolución necesaria para afrontar la lucha interior… la única verdaderamente importante.
Una vez en la estación, al despedirme de Hitomi san, mis reverencias hacia él eran, aun sin pretenderlo, más pronunciadas. El continuaba sonriendo. Yo me sentía realmente conmovido por todo lo que había descubierto de su personalidad. Había tenido la oportunidad de comprobar toda la grandeza de un ser humano completo… una persona entrañable… un verdadero Buda viviente.
CAMINANDO JUNTO A KUKAI
Kukai, con su ejemplo, fue quien inició la costumbre de peregrinar recorriendo los templos de la isla donde él nació: Shikoku. Este hombre santo era originario de lo que ahora es Zensuji, situado dentro de la provincia de Sanuki. Nació en el año 774. Su nombre original era: Saeki No Mao y creció en el seno de una familia aristocrática, sus antepasados habían ocupado cargos importantes en el gobierno de la provincia. Desde pequeño ya mostraba un talento tan brillante, que sus padres esperaban que lograra entrar al servicio del gobierno, la profesión más respetada entonces.
Su paso por la Universidad lo defraudó. El programa de estudios no era lo que el buscaba. Necesitaba mayor profundidad en las enseñanzas.
Sus raíces familiares eran Confucianistas, pero su interés por el Budismo crecía enormemente. Había logrado recibir enseñanzas budistas y practicar la meditación para invocar a la divinidad Kokuzo Bosatsu, desarrollando a través de la pronunciación de su mantra (Kokuzo Gumonjiho, un millón de veces) una memoria fuera de lo normal.
Se retiró para meditar en la montaña en una cueva del cabo Muroto, en el extremo sudeste de la isla de Shikoku. Durante todo ese tiempo solo pudo contemplar el océano Pacífico. Cada día solamente veía: el cielo y el mar. Y así decidió cambiar su nombre por el de Kukai (“cielo y mar”).
Dedicó mucho tiempo al estudio y a la investigación acerca del Budismo. Buscaba algún texto que reunificara toda la enseñanza del Buda. Así encontró el sutra que identificaba al Buda Dainichi Nyorai (Mahavairocana) como la personificación cósmica y universal de la divinidad suprema. Pero en Japón nadie podía explicar satisfactoriamente esas escrituras, así que decidió marchar a China.
En el año 804 viaja a ese país acompañando a una embajada. Allí se desplaza en busca de un verdadero maestro. En el templo de Ching-Lung encuentra a Hui Kuo, quien, a pesar de tener entonces más de mil discípulos, reconoce en Kukai a su verdadero sucesor. Es así que rápidamente es iniciado en los rituales de los dos mandalas sagrados: Taizokai y Kongokai y se transforma, a la muerte de Hui Kuo en el año 805, en el nuevo patriarca de la escuela Chen Yen (Palabra Verdadera).
En otoño del año 806 regresa a Japón y funda allí la escuela Shingón (Palabra Verdadera) de Budismo Esotérico.
Las cualidades espirituales y artísticas de Kukai, uno de los mejores calígrafos de toda la historia de Japón, despiertan el interés del emperador Saga. Pronto es nombrado administrador del templo Toji, en Kyoto, donde desarrolla intensamente sus enseñanzas de Mikkyo.
Desarrolla su labor en favor de la expansión del Budismo hasta su muerte en el año 835 que se produce en el templo de Koya san, en la montaña sagrada. Kukai fue el creador del silabario Hiragana. Y sus conocimientos de sánscrito le ayudaron para diseñar el segundo silabario básico: Katakana. Ambos son usados en la escritura japonesa actual.Tal como indica su propio nombre: Ku (cielo) Kai (mar), esta gran figura de la espiritualidad budista, conjugó estas dos fuerzas de la naturaleza aparentemente separadas, pero unidas en el horizonte: lo universal y lo individual, lo abstracto con lo concreto, lo ideal y lo real.
LA ISLA DE SHIKOKU
Shikoku (literalmente significa: “cuatro países”) es una isla especial que siempre ha sido considerada el santuario espiritual del pueblo japonés. Ningún otro lugar en Japón ha sido visitado por tantas generaciones de gente de todo el país. Muchos de los que han caminado allí en peregrinación, han logrado reponer su salud deteriorada, y en todos los casos han dejado la isla con el corazón repleto de luz.
El clima de la isla es suave. En su costa norte se encuentran pruebas arqueológicas de los primeros moradores de Japón.
Actualmente tiene unos 4 millones de habitantes. Se encuentra conectada a la isla principal (Honshu) mediante puentes de un tamaño colosal.
De acuerdo con la mitología japonesa, cuando la isla de Shikoku fue creada por Izanami, tenía cuatro caras llamadas Ehime (mujer), Takeyoriwake (hombre), Ogetsu hime (mujer) y Iiyorihiko (hombre). Y cada una de ellas iba a ejercer su dominio sobre las tierras de Iyo, Tosa, Awa y Sanuki, respectivamente.
En 1889 la isla fue reorganizada en cuatro prefecturas basadas en los antiguos territorios: Ehime ken en Iyo; Kagawa ken en Sanuki; Tokushima ken en Awa; y Kouchi ken en Tosa.
HENRO MICHI
El peregrinaje que Hitomi san ha realizado en Shikoku, conocido como Henro Michi (camino del peregrino) o también: Shikoku Henro u O-Shikoku-san (Ohenro-san), es el más antiguo y más famoso de todo Japón. Circunvalar la isla por la ruta de los 88 templos budistas (hachijūhakkasho-meguri) designados como “Lugares Sagrados de Shikoku”, significa seguir el mismo camino que Kobo Daishi (Kukai) siguió en su juventud como práctica ascética, en busca de la Verdad.
Lleva días, en ocasiones meses o incluso años recorrer los 1.647 km, de trayecto entre accidentadas montañas, playas arenosas, costas rocosas, a través de campos y colinas, pueblos y ciudades. Normalmente se elige la primavera o el otoño para realizar este recorrido.
Cada peregrino elige su manera de reencontrarse con una tradición milenaria. La mayoría de los templos son accesibles por diferentes vías. Pero aún existen algunos de los 88 que se encuentran situados en lugares recónditos. No todos ellos pertenecen a la escuela de Mikkyo Shingón.
Muchos peregrinos comienzan su recorrido en el monasterio del monte Koya (Wakayama), mausoleo de Kukai, que junto con el templo Toji, son los dos centros más importantes del Mikkyo Shingón.
El recorrido del peregrino cubre la práctica totalidad de la isla, y se realiza en el sentido de giro de las agujas del reloj.
El número 88 representa el mismo número de pasiones negativas (Bonno) identificadas por la doctrina budista. Se dice que el peregrino puede librarse de ellas visitando cada uno de los templos del recorrido. Pero ninguno de ellos es mejor que otro. En el primer templo, el peregrino recibe una copia de los mandamientos budistas, como recordatorio para su largo camino.
Existe otra teoría para explicar el significado del número 88. Según la tradición japonesa, existen ciertas edades en la vida de los seres humanos, que son especialmente desafortunadas. Para el hombre, los 42 años definen este momento crítico. Para la mujer se fija en los 33. Y para los niños de ambos sexos, en los 13. La suma de los tres da lugar al número 88.Los habitantes de la zona frecuentemente ayudan a los caminantes con los llamados: O settai, los regalos de comida y bebida para hacer más llevadero su propósito.
El peregrino suele vestir con el gorro de paja típico, su traje blanco en el que se puede leer su “motto” (lema) que dice: “Dougyou ninin”, que quiere significar: “Daishi y yo, caminamos juntos”, o bien: “Namu Daishi Henjo Kongo” (Tengo mi fe puesta en Kobo Daishi, el diamante que ilumina del universo).
De todo el equipo, lo más importante es el bastón del peregrino, que en ocasiones lleva los seis anillos. Antiguamente este bastón se colocaba sobre los peregrinos que fallecían haciendo el recorrido.
Como Hitomi san nos comentaba, su chaqueta blanca, la que llevó durante su peregrinaje, será la misma que vista el día de su muerte. Es tremendamente devastador para el espíritu vividor del occidental escuchar afirmaciones como esta.
Una costumbre obligatoria, antes de abandonar cada templo, es visitar el Noukyo sho, la oficina donde se sellan los libros registro del recorrido.En cada templo, el peregrino ofrece allí sus cartulinas de oraciones y plegarias (Osame Fuda), para que sean incineradas después en los cultos oficiales que se celebran durante la fiesta de Año Nuevo, o en las ceremonias del rito Mikkyo Goma.El recorrido suele comenzar en Tokushima en el lado Este de la isla. Luego continua por Kochi , Ehime y Kagawa.Durante el recorrido se visitan además lugares importantes en la vida de Kukai, como Zensuji, donde nació, o el cabo Muroto, allí donde realizó su retiro espiritual de joven.Todo el recorrido es un proceso de evolución interior. Tradicionalmente se identifican cuatro etapas, que coinciden con las cuatro zonas en las que está dividida la isla:
- DESPERTAR: Hosshin no Dōjō TOKUSHIMA KEN (AWA)ASCESIS
- (DISCIPLINA): Shūgyō no Dōjō KOUCHI KEN (TOSA)
- ILUMINACION: Bodai no Dōjō EHIME KEN (IYO)
- NIRVANA: Nehan no Dōjō KAGAWA KEN
(SANUKI) (Se indican entre paréntesis los nombres antiguos de esos distritos).
LOS 88 TEMPLOS DEL SHIKOKU HENRO
Hitomi san recorrió en su camino de peregrino (Henro no Michi) todos y cada uno de los 88 templos que forman el circuito. Muchos kilómetros destinados a lograr el despertar interior del ser humano. Cada metro recorrido logra romper una nueva debilidad, una vieja atadura del espíritu, que el propio Fudo Myoo se encarga de cortar con su afilada espada. Cada templo es un escalón que eleva al ser humano hacia la liberación… Es el recorrido simbólico de toda una vida… vestido con las mismas ropas blancas con las que se esperará la muerte. Los templos, según el orden de recorrido, son los siguientes (se incluye la localidad donde está ubicado, y el distrito al que pertenece):
1 Ryōzenji (霊山寺) Naruto Tokushima |
2 Gokurakuji (極楽寺) Naruto Tokushima |
3 Konsenji (金泉寺) Itano Tokushima |
4 Dainichiji (大日寺) Itano Tokushima |
5 Jizōji (地蔵寺) Itano Tokushima |
6 Anrakuji (安楽寺) Kamiita Tokushima |
7 Jūrakuji (十楽寺) Awa Tokushima |
8 Kumataniji (熊谷寺) Awa Tokushima |
9 Hōrinji (法輪寺) Awa Tokushima |
10 Kirihataji (切幡寺) Awa Tokushima |
11 Fujiidera (藤井寺) Yoshinogawa Tokushima |
12 Shōzanji (焼山寺) Kamiyama Tokushima |
13 Dainichiji (大日寺) Tokushima Tokushima |
14 Jōrakuji (常楽寺) Tokushima Tokushima |
15 Kokubunji (国分寺) Tokushima Tokushima |
16 Kannonji (観音寺) Tokushima Tokushima |
17 Idoji (井戸寺) Tokushima Tokushima |
18 Onzanji (恩山寺) Komatsushima Tokushima |
19 Tatsueji (立江寺) Komatsushima Tokushima |
20 Kakurinji (鶴林寺) Katsuura Tokushima |
21 Tairyūji (太竜寺) Anan Tokushima |
22 Byōdōji (平等寺) Anan Tokushima |
23 Yakuōji (薬王寺) Hiwasa Tokushima |
24 Hotsumisakiji (最御崎寺) Muroto Kōchi |
25 Shinshōji (津照寺) Muroto Kōchi |
26 Kongōchōji (金剛頂寺) Muroto Kōchi |
27 Kōnomineji (神峰寺) Yasuda, Kōchi |
28 Dainichiji (大日寺) Noichi Kōchi |
29 Kokubunji (国分寺) Nankoku Kōchi |
30 Zenrakuji (善楽寺) Kōchi Kōchi |
31 Chikurinji (竹林寺) Kōchi Kōchi |
32 Zenjibuji (禅師峰寺) Nankoku Kōchi |
33 Sekkeiji (雪蹊寺) Kōchi Kōchi |
34 Tanemaji (種間寺) Haruno Kōchi |
35 Kiyotakiji (清滝寺) Tosa Kōchi |
36 Shōryūji (青竜寺) Tosa Kōchi |
37 Iwamotoji (岩本寺) Kubokawa Kōchi |
38 Kongōfukuji (金剛福寺) Tosashimizu Kōchi |
39 Enkōji (延光寺) Sukumo Kōchi |
40 Kanjizaiji (観自在寺) Ainan Ehime |
41 Ryūkōji (竜光寺) Mima Ehime |
42 Butsumokuji (佛木寺) Mima Ehime |
43 Meisekiji (明石寺) Seiyo Ehime |
44 Daihōji (大宝寺) Kumakōgen Ehime |
45 Iwayaji (岩屋寺) Kumakōgen Ehime |
46 Jōruriji (浄瑠璃寺) Matsuyama Ehime |
47 Yasakaji (八坂寺) Matsuyama Ehime |
48 Sairinji (西林寺) Matsuyama Ehime |
49 Jōdoji (浄土寺) Atsuyama Ehime |
50 Hantaji (繁多寺) Matsuyama Ehime |
51 Ishiteji (石手寺) Matsuyama Ehime |
52 Taizanji (太山寺) Matsuyama Ehime |
53 Enmyōji (円明寺) Matsuyama Ehime |
54 Enmeiji (延命寺) Imabari Ehime |
55 Nankōbō (南光坊) Imabari Ehime |
56 Taisanji (泰山寺) Imabari Ehime |
57 Eifukuji (栄福寺) Imabari Ehime |
58 Senyūji (仙遊寺) Imabari Ehime |
59 Kokubunji (国分寺) Imabari Ehime |
60 Yokomineji (横峰寺) Saijo Ehime |
61 Kōonji (香園寺) Saijō Ehime |
62 Hōjuji (宝寿寺) Saijō Ehime |
63 Kichijōji (吉祥寺) Saijō Ehime |
64 Maegamiji (前神寺) Saijō Ehime |
65 Sankakuji (三角寺) Shikokuchuo Ehime |
66 Unpenji (雲辺寺) Ikeda Tokushima |
67 Daikōji (大興寺) Yamamoto Kagawa |
68 Jinnein (神恵院) Kannonji Kagawa |
69 Kannonji (観音寺) Kannonji Kagawa |
70 Motoyamaji (本山寺) Toyonaka Kagawa |
71 Iyadaniji (弥谷寺) Mino Kagawa |
72 Mandaraji (曼荼羅寺) Zentsuji Kagawa |
73 Shusshakaji (出釈迦寺) Zentsūji Kagawa |
74 Kōyamaji (甲山寺) Zentsūji Kagawa |
75 Zentsūji (善通寺) Zentsūji Kagawa |
76 Konzōji (金倉寺) Zentsūji Kagawa |
77 Dōryūji (道隆寺) Tadotsu Kagawa |
78 Gōshōji (郷照寺) Utazu Kagawa |
79 Tennōji (天皇寺) Sakaide Kagawa |
80 Kokubunji (国分寺) Kokubunji Kagawa |
81 Shiromineji (白峯寺) Sakaide Kagawa |
82 Negoroji (根香寺) Takamatsu Kagawa |
83 Ichinomiyaji (一宮寺) Takamatsu Kagawa |
84 Yashimaji (屋島寺) Takamatsu Kagawa |
85 Yakuriji (八栗寺) Mure Kagawa |
86 Shidoji (志度寺) Sanuki Kagawa |
87 Nagaoji (長尾寺) Sanuki Kagawa |
88 Ōkuboji (大窪寺) Sanuki Kagawa |
UN BUDA VIVIENTE
Todas las peregrinaciones tienen un claro sentido de renovación interior. El peregrino Henro busca la transformación que le permita partir de cero, comenzar de nuevo. Afrontar la vida con un aire totalmente diferente, con una experiencia espiritual llenando su corazón. Con un conocimiento interior que lo acerque un poco más hacia la luz… Su vestimenta de color blanco lo relaciona con la muerte, con la desaparición de todo lo anterior… es abrir una ventana a lo nuevo… Hitomi san vive en el Japón de la sociedad tecnológica. Rodeado de multitud de sistemas informatizados, que pretenden facilitar su forma de vida. En un país moderno, cuya máxima preocupación es el bienestar de sus habitantes…Quizás para un occidental sea difícil comprender cómo un hombre en sus circunstancias, elige vestir el hábito blanco del peregrino y recorrer cientos de kilómetros, muy lejos de su casa, para pisar el suelo sagrado de 88 templos. Es más difícil aún entender que se haya elegido ese camino cuando los últimos vestigios de la juventud ya han desaparecido, cuando todo parece reclamar sosiego, tranquilidad, comodidad… Quizás Hitomi san acudió a la llamada de un viejo conocido… de un hombre santo que recorrió esos sagrados lugares hace más de 1200 años…
Quizás Hitomi san eligió caminar al lado de quien logró comprender los secretos del Universo… Kobo Daishi. “Dougyo ninin…”(“Daishi y yo, caminamos juntos…)